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Viaje a la India. Parte IV: Samode, Fort Amber y Jaipur

Anotado por Nachete

 

La India está dividida en Estados, y cada vez que pasábamos por uno, el conductor paraba y pagaba un peaje. La India rural está compuesta de pueblos de casas bajas que salpican la carretera, casi todos sin semáforos, y en el que la carretera también parece la arteria principal del pueblo. La técnica para reducir la velocidad consiste en que a la entrada del pueblo te plantan dos vallas en la carretera, en forma de punta de flecha. Entonces comienza un mercado, a lo largo de todo el pueblo, donde se vende de todo, y apeaderos donde los camioneros dejan sus camiones Tata junto a los camellos, y se sientan en taburetes improvisados a la puerta de un bar a tomar un refrigerio. Todos los camiones van tuneados de una forma muy característica, con lazos y cortinillas, y un letrero pintado a mano que reza “Horn, please” (Pite, por favor). Y así es como, en efecto, se producen los adelantamientos en la India: el coche llega, se pega todo lo que puede, pita, y el camión o lo que sea, se echará lentamente a un lado (derecha o izquierda, eso da igual). Aparte de pueblos, también se pueden encontrar pequeños altares a dioses hindúes. El terreno es seco. No se ve agua, o se ve muy poca.

Nuestro primer destino es Samode, el palacio de un Maharajá, donde vivía con su Maharajaní (su mujer), y unas cincuenta o cien concubinas. Hoy en día es un hotel, y conserva en buen estado un puñado de dependencias y habitaciones, ricamente decoradas y adornadas con frescos y grabados, muebles con acabados en plata y alfombras antiguas, y por las que puedes pasear como Pedro por su casa.

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El siguiente destino fue la ciudad de Jaipur, la ciudad rosa. Se llama así porque todas las casas son de color rosa (aunque muchas se caen a trozos). Hay dos Jaipur claramente diferenciadas: la antigua y la moderna. La Jaipur nueva es de avenidas anchas y construcciones modernas, como centros comerciales y complejos hoteleros (como el nuestro); bastiones alzados en medio de la nada. La vieja Jaipur es un recinto amurallado, con varias puertas estrechas donde el tráfico fluye (como puede) en ambos sentidos. De Jaipur hay que ver el Palacio de los Vientos, y el museo-Palacio del Mahrajá de Jaipur. El Palacio de los Vientos es un pequeño palacete con un montón de pequeñas ventanas. No se puede entrar, sólo se ve desde fuera.

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La otra visita es el museo del palacio, o más bien un recinto anexo a la actual morada del Mahrajá de Jaipur. De camino a él tropezamos con un estereotipo salido de un tebeo de Mortadelo: un encantador de serpientes, con su cesto, su flauta, su turbante y su serpiente. Lamentablemente no me dio tiempo a hacerle fotos (aparte de que te pedía dinero por la foto, claro).

En las afueras de Jaipur, nos llevaron de visita a Fort Amber, una fortaleza sobre una montaña, antigua residencia de Maharajás (con esposas y concubinas incluidas). La subida al castillo se realiza a lomos de elefante, en un ascenso por la rampa de acceso al castillo, que es una verdadera procesión de elefantes con turistas, finalizando en un gran patio interior. Fort Amber es un palacio dividido en varias dependencias, con elementos arquitectónicos y decorativos muy característicos, que mezclan el estilo hindú con la influencia musulmana, usando materiales que van de la arenisca roja al mármol blanco. Hay un patio de audiencias con elegantes columnas rematadas por elefantes que sostienen flores de loto, y también un mirador con columnas de mármol y arcos al estilo islámico. Dentro vemos el palacio, que está organizado alrededor de un jardín rectangular, dividido en cuatro secciones con una fuente en el centro, y otro ala con un patio interior que da a cuatro esquinas aisladas, una para cada una de las cuatro esposas oficiales.

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Nuestro siguiente destino nos acercaba al final del viaje: Fathepur Sikri, Agra, el Taj Mahal y el Fuerte Rojo. En la siguiente y última entrega.

 

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2 Comments:

16/8/15 19:46: Anonymous Pilar said...  

Enhorabuena por tu blog y por como nos haces llegar tu viaje a la India.

Un saludo
Pilar

27/6/16 22:53: Anonymous Pincha said...  

Preciosa la arquitectura de la India, tiene un encanto especial.

Un saludo

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Sobre la película de las Crónicas de Narnia

Anotado por Nachete

He ido al cine a ver la segunda parte de las Crónicas de Narnia, El príncipe Caspian. La película me gustó, más que la primera parte. Está entretenida, tiene aventuras, unos buenos efectos especiales, y también ciertos vacíos de guión y unos planos donde se sigue notando la influencia del Señor de los Anillos, pero no es eso lo que quería comentar en esta entrada.

Aparte de conseguir un alto valor en el factor niño (la sala estaba llena de niños, y todos estuvieron callados y quietos), en esta película hubo algo que me llama poderosamente la atención, y que quería comentar aquí, por si algún lector de C.S. Lewis puede aportar información al respecto. Se resume en dos puntos:

  1. Los protagonistas son unos críos que, mientras están en Londres, se comportan como niños de su edad, pero cuando llegan a Narnia, resulta que son avezados expertos en el combate cuerpo cuerpo, con espadas, dagas, arcos, flechas (¡y linternas!).
  2. Cuando entran en combate en el campo de batalla, estos niños (¿cuántos años tienen, 16, 18, 20?) se convierten, menos la pequeña de los cuatro, en fieras máquinas de matar, ensartando y degollando soldados que les doblan en edad, sin el menor atisbo de duda ni remordimiento.

Aún recuerdo cuando leí A través del desierto y de la selva, de Sienkiewicz, escrito allá por 1912, y cómo el niño protagonista se echa a llorar cuando, relatando sus aventuras, confiesa que tuvo que matar a un hombre (¡a uno sólo!) en defensa propia. Estos de Narnia, entre los tres, se cargan a medio batallón.

 

 

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